
Por Romina Soledad Bada (*)
Para comenzar
A la hora de dar explicaciones acabadas acerca de lo que resulta el fenómeno de los Movimientos Sociales y Nuevos Movimientos Sociales, nos encontramos en nuestro recorrido teórico con una problemática ya observada por algunos teóricos, dicha problemática se refiere al abordaje epistemológico de los movimientos sociales, que o bien caen en reduccionismos ya sean de carácter político o metodológico o bien tienden a dejar cuestiones fuera del alcance teórico.
De aquí que surge nuestro interés por aproximarnos a una temática que desde ya se presenta incontrovertible, de modo que resulta difícil de profundizar con claridad en ella.
De manera tal es que nuestra intención es realizar un esbozo, a modo introductorio, de algunas consideraciones sobre el abordaje conceptual y metodológico en relación a los nuevos movimientos sociales, consideraciones éstas, que en un futuro requerirán de un trabajo más exhaustivo; pues el nuestro, será un intento a modo de plataforma para futuras investigaciones.
1. Los movimientos sociales
desde la sociología clásica
Los primeros registros que se tienen en cuanto a los orígenes del estudio de los movimientos sociales, se remontan a la Europa de finales del siglo XIX, momento en el cual el modelo industrial de producción se afianzaba en el continente, lo que conllevó a la sobreexplotación de los obreros y al cada vez mayor deterioro de sus modos de vida. Por lo tanto, fue en este momento donde el movimiento obrero se erigía más amenazante para el mantenimiento de la clase burgués. Es así, como el comportamiento colectivo inicialmente fue abordado de una forma más directa por la línea del pensamiento europeo conservador; donde, según Melucci (2002:27) se destacaban las observaciones de Le Bon y Tarde, quienes proponían una visión irracional de la multitud. En ellos la capacidad individual y la racionalidad de los individuos son sojuzgadas por la sugestión colectiva; las características de la “psicología de la multitud” son la credulidad, la exasperación de las emociones y la tendencia a la imitación. Las multitudes son, pues, manipuladas por minorías de agitadores y se manifiestan de forma irracional y violenta bajo la influencia de la sugestión.
En esta misma línea de pensamiento Freud en su aporte al debate del comportamiento colectivo, le otorga una connotación negativa, ya que considera que la existencia del grupo está sujeta a que el individuo se identifica con el líder. Más adelante Ortega y Gasset, en un momento en que se afirmaba el aparato totalitario en Europa, le dan una apreciación reduccionista al comportamiento colectivo, al considerarla incapaz de asumir una responsabilidad colectiva, puesto que consideraban que estaba sujeta a la manipulación del jefe.
Los primeros análisis del comportamiento colectivo se caracterizaban por otorgarle una visión irracional, ya que consideraban que éste se debía a un interés particular del líder, y que los individuos que participaran en estas manifestaciones no eran más que una masa sujeta a la manipulación, lo que desvirtúa de una manera precipitada los motivos por los cuales las personas hacían manifiesto su inconformismo y se agrupaban para expresarlo.
Smelser (1987), desde una perspectiva funcionalista, definió los movimientos sociales como conductas colectivas espontáneas de carácter contestatario, protagonizadas por agentes marginales al sistema institucional moderno, donde la decisión de sus integrantes a participar se daba por la frustración producida por condiciones como la privación económica, política o cultural. Por tanto, caracterizó estos movimientos por su irracionalidad, su disfuncionalidad y no- institucionalidad con respecto al sistema social y político, mostrado en la agresividad y frustración frente a las instituciones modernas (Tobasura, I; 2006: 32).
Es común señalar a la teoría de las conductas colectivas de Neil Smelser como una de las primeras en donde se abordara la cuestión entorno a los movimientos sociales. Dicha teoría, a su vez, se apoyó tanto en los avances de la escuela sociológica de Chicago, especialmente en el interaccionismo simbólico de Robert Park, como en el funcionalismo de Talcott Parsons y Robert Merton. En el estudio del comportamiento colectivo, Park intentó superar la mirada conservadora de Le Bon y Tarde sobre la multitud a la que le asignaban un carácter caótico e irracional fruto de la supuesta manipulación hecha por agitadores externos. Para Park, “el comportamiento colectivo no era una realidad patológica, sino un componente fundamental del normal funcionamiento de la sociedad (Archila, M; 2003:38); además de un factor decisivo para el cambio. De aquí que exista una continuidad entre comportamiento colectivo y las formas “normales”, institucionalizadas, de la acción social. El comportamiento colectivo representa una situación “no estructurada”, esto es, no plenamente controlada, de las normas que rigen el orden social. Pero precisamente por esto es importante, porque es un factor de transformación y está en grado de crear nuevas normas (Melucci, A; 2002: 27).
Los movimientos estudiantiles de 1968 desvirtuaron los principales presupuestos de la teoría del comportamiento colectivo, pues los protagonistas no eran población marginal frustrada, sin motivos ni intereses propios; eran universitarios provenientes de las clases media y alta. Sus sentimientos no eran de frustración y agresión, sino que tenían objetivos altruistas y emancipatorios, que superaban sus interese particulares (Tobasura, I; 2006: 32).
Por su parte Parsons había estudiado las conductas desviadas y Merton además escudriñó las inconformes. Pero para éstos, la acción colectiva es referida a comportamientos disfuncionales al sistema vigente. La noción de equilibrio social hacía muy difícil entender en forma positiva la aparición de actores sociales no institucionales (Archila, M; 2003:38).
2. De movimientos sociales y acción colectiva
Los movimientos sociales son tan variados en su conformación como en su modo de acción, de allí que las definiciones y las líneas de pensamiento que surgen para dar cuenta del porqué y el cómo de su acción colectiva son diversas. Por lo tanto, cualquier intento para definirlos en un contexto específico deja por fuera innumerables apreciaciones. En consecuencia, se hace necesario establecer inicialmente la distinción entre la acción de un movimiento social de la de un grupo, que realiza acciones reivindicativas, carente de ideología y sin proyecto social establecido; ya que a diferencia de éste, “un movimiento social es un fenómeno de acción colectivo, relativamente permanente, con identidad propia y sentimiento excluyente, que elabora su proyecto en función de un actor específico que, para los movimientos sociales tradicionales es la clase obrera, y para los nuevos movimientos sociales es la sociedad en su conjunto” (Archila, M; 2003:50).
Un movimiento social es una acción colectiva específica, en donde una categoría social, siempre particular, pone en cuestión una forma de dominación social, a la vez particular y general, e invoca contra ella valores, orientaciones generales de la sociedad que comparte con su adversario para privarlo de tal modo de legitimidad. Con la emergencia del proyecto de globalización, los movimientos sociales surgen como un poder desde abajo, constituyéndose en «nómadas del presente» (KRIESI, H. P. citado por TOBASURA, I, p.51).
Una nueva definición que se puede encontrar desde el comportamiento colectivo es que éste y los movimientos sociales como una de sus formas, serían así expresión del impacto producido por fenómenos como la urbanización, la pérdida de formas de cultura tradicional, la innovación tecnológica, los medios de comunicación de masas o la emigración. Estos cambios en la estructura social provocarían la aparición de intentos no institucionalizados de reconstrucción del sistema de creencias compartidas y de la propia estructura social (Rubio, 2004: 4).
Por principios, los movimientos sociales son defensores de la diversidad social y cultural y por ello de la equidad, que supone el pluralismo y la diferencia, en tanto que la exhortación a la igualdad alimenta a menudo una política de homogenización y rechazo de las diferencias, en nombre del carácter universal de la ley. La pregonada igualdad de la revolución francesa lo que ha conseguido es disolver las diferencias e imponer el imperio de la homogeneidad moderna occidental. Con dicho argumento se han sometido culturas, dominado países y desconocido conocimientos y cosmovisiones locales (Tobasura, I; 2006: 54).
La acción colectiva es desarrollada en la mediad que pueda transformar la capacidad de movilización en acción, por medio de la organización; adicionalmente, quienes participan de la acción, se movilizan a partir del consenso, es decir, existe una aceptación generalizada en cuanto a los motivos que los convoca; y por último, la acción de desarrolla cuando las condiciones políticas ofrezcan mayores posibilidades para alcanzar sus peticiones, es decir, actúan bajo la estructura de oportunidades políticas.
3. El surgimiento de los nuevo
movimientos sociales
El concepto de nuevos movimientos sociales se fue gestando como tal en los años ochenta, y su consolidación fue paralela al fracaso de las formas organizativas tradicionales del movimiento obrero en su objetivo declarado de destruir el capitalismo, y con el desprestigio definitivo del “socialismo real” como opción deseable por parte de quienes anhelaban una transformación social. Ambos procesos se hicieron patentes a partir del mayo francés, y darían carta de naturaleza a la denominada Nueva Izquierda, en oposición tanto a la izquierda socialdemócrata como a la izquierda heredera del bolchevismo en todas sus formas.
Observamos que en dicho concepto confluyen los planteamientos teóricos de la izquierda no marxista y del marxismo heterodoxo (Luxemburgo, Korsch, Pannekoek, Lefebvre, etc.) así como las experiencias históricas producidas durante los años cincuenta y sesenta de desbordamiento de las autoproclamadas vanguardias revolucionarias tanto por parte del movimiento obrero tradicional como de sectores cada vez más alejados del mismo. Tampoco es ajeno como concepto a los fenómenos de organización social producidos durante estos años principalmente en torno a la guerra de Vietnam y a los conflictos raciales en los Estados Unidos, donde el poco arraigo del comunismo al estilo europeo propició la aparición de movimientos de contestación más pragmáticos y descentralizados, e incluso “despolitizados”, muy acordes con las formas tradicionales de asociacionismo anglosajón.
Todo este cúmulo de fenómenos, unido al incuestionable anhelo de una teoría global de la historia y la sociedad, ante la paulatina pérdida de potencia del marxismo como herramienta capaz de cumplir esa función, es lo que lleva a la sociología política de izquierdas europea a acuñar el término de “nuevos movimientos sociales”, con el que se busca englobar toda una exuberancia de fenómenos de muy diversa índole.
La aparición del término puede interpretarse así como un intento de “aggiornamento” del modelo de interpretación de la sociedad y de los fenómenos de transformación social que ha regido todos los planteamientos teóricos desde la consolidación del socialismo “científico” a partir de la Segunda Internacional (Vadaguer, C; 1993: 6). En este sentido, el concepto sería el heredero directo del concepto de movimiento obrero y su implantación no buscaría sino preservar desde el punto de vista teórico dos paradigmas consustanciales a dicho modelo interpretativo:
La concepción de la transformación social como un proceso lineal, sujeto a la ley de la causalidad y, por tanto, susceptible de ser “explicado” mediante su reducción a leyes de segundo rango (Ibidem: 8). Esta concepción de la transformación social está en estrecha relación con el concepto racionalista de “progreso”, base de toda la ideología de la modernidad.
La creencia en un “sujeto de la transformación social” o sector de la sociedad cuyas “condiciones objetivas” lo sitúan en una posición privilegiada para convertirse en el motor de dicha transformación social, siempre que sea capaz de dotarse de una teoría global de lo social que le permita desvelar las claves de dicha transformación (Ibidem: 9).
Sin embargo, el término de nuevos movimientos sociales no es objeto de una definición unívoca y objetiva como es el caso del movimiento obrero y al quedarse en una mera extrapolación del mismo, ha estado siempre sumido en la ambigüedad. No obstante y paradójicamente, parece que esa misma ambigüedad es la que ha permitido alimentar la esperanza en un nuevo sujeto de transformación.
4. Movimientos Sociales o Nuevos
Movimientos Sociales: características
Sobre esta temática planteada y anticipando los análisis epistemológicos que giran entorno a ella, a continuación mencionaremos algunas características que distinguen a los nuevos movimientos sociales de los movimientos tradicionales.
En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares. Con respecto a esto dice Rucht –citado por Antonio Calvo- sus preocupaciones giran en torno a problemas específicos, que no pueden resolverse con la redistribución de los medios de producción y de la riqueza en el marco de un sistema político enteramente nuevo. Esta es la razón por la que no existe un solo movimiento que sobresalga por encima de todos los demás y que represente a la clase oprimida, concebida como sujeto único, sino una pluralidad de movimientos que coexisten y cooperan entre sí y cuya significación no puede describirse cabalmente en término de antagonismo de clases. Su base de apoyo no tiene carácter de clase, pues estos movimientos no se dirigen a ningún grupo social particular invocando sus estrechos intereses específicos, sino que intentan movilizar al conjunto de la sociedad […] (Algaba Calvo, A; 1998: 8).
Según Offe (1988), la “novedad” de los movimientos sociales contemporáneos se encuentra basado en la identificación de los actores participantes en la movilización que, a diferencia de actores colectivos anteriores, no se vinculan en su definición con códigos políticos o socioeconómicos preestablecidos de ideología o clase, sino que lo hacen con relación a los propios planteamientos del movimiento [...] o en base a reclamaciones que abarcan a todo el género. Esto, sin embargo, no implica la existencia de una base social de los movimientos indiferenciada en términos de clase o exenta de condicionantes ideológicas, sino que, simplemente, no son éstos los determinantes que llevan a la movilización, en contraposición especialmente con el movimiento obrero.
A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos normales e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en manifestaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas.
Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial.
Asimismo, y a diferencia de los movimientos tradicionales, se encuentra también la idea de territorialización de los movimientos, o sea de su arraigo en espacios físicos recuperados o conquistados a través de largas luchas, abierta o subterránea (Zibechi, R; 2003: 2). Pero hay que entender a esta territorialización no solo en sentido de recuperación del espacio físico, sino también desde lo social y simbólico, es decir, territorialización entendida como el trabajo comunitario que trasciende las fronteras físicas, sociales y culturales.
La constante búsqueda de “autonomía” es otra de las características de éstos fundados sobre la creciente capacidad de los movimientos para asegurar la subsistencia de sus seguidores. Un ejemplo claro son los cocaleros y los sin tierra que día a día trabajan para construir su autonomía material y simbólica.
La revalorización de la cultura y la afirmación de la identidad de sus pueblos y sectores sociales, es otro elemento diferenciador con respecto a los movimientos tradicionales. La construcción de su propia intelectualidad es otra característica a tener en cuenta. Es decir, que los nuevos movimientos están tomando en sus manos la educación y la formación de sus dirigentes, con criterios didácticos-pedagógicos propios a menudo inspirados en la educación popular y liberadora.
El nuevo rol que adquieren las mujeres también hay que destacarlo. En la actualidad de estos movimientos nos encontramos con mujeres dirigentes con puestos importantes en la estructura organizativa de los mismos.
Otro rasgo y diferencia con respeto a lo tradicional dice Zibechi consiste en la preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza. Tienden a visualizar la tierra, las fábricas y los asentamientos como espacios de producción sin patrones ni capataces, donde promover relaciones igualitarias y horizontales con escasa división del trabajo, asentadas por lo tanto en nuevas relaciones técnicas de producción que no generen alienación ni sean depredadoras del ambiente (Ibidem: 3).
Las formas de organización también se presentan distintas a las tradicionales. Los movimientos de hoy tienden a reproducir la vida cotidiana, familiar y comunitaria, asumiendo a menudo la forma de redes de autoorganización territorial.
Finalmente, el marco de actuación de dichos movimientos han cambiado notablemente, abandonando el estilo de huelga tradicional y dirigiéndose a acciones mucho más creativas y reveladoras, a través de los cuales los nuevos actores sociales se hacen visibles, reafirmando sus rasgos y los aspectos constitutivos de su identidades.
5. Los actuales movimientos sociales
agrarios en Latinoamérica
Con el advenimiento en las últimas décadas de transformaciones sociales, económicas y políticas de gran alcance mundial como lo significo la caída del bloque socialista, la internacionalización de la economía, la implementación de contrarreformas neoliberales y su subsecuente crisis, se desataron cambios en cuanto a los sectores sociales que liderarían a partir de entonces las dinámicas de movilización y demanda a nivel mundial, como también un cambio en la forma y los enfoques teóricos desde donde se abordaran para su análisis.
La cada vez mayor visibilidad que han alcanzado en la actualidad minorías de tipo éticas, sexuales, de género, entre otras, y la perdida de participación e incidencia de las masas proletarias, surge el interrogante entorno a los procesos de adaptación y las transformaciones que han debido realizar actores sociales clásicos ante los cambios político-económicos de las últimas décadas.
Entre las muchas consecuencias negativas que el modelo neoliberal de la economía ha generado en los países de la región, a nivel interno de los grupos sociales Boron (2004:5) destaca los siguientes:
(a) la creciente heterogeneidad del “universo asalariado”, (b) la declinante gravitación cuantitativa del proletariado industrial en el conjunto de las clases subalternas,(c) la aparición de un voluminoso “subproletariado” –denominado “pobretariado” por Frei Betto– que incluye a un vasto conjunto de desocupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales, cuentapropistas de subsistencia y toda una vasta masa marginal a la que el capitalismo ha declarado como “redundante” e “inexplotable” y que por lo tanto, en una sociedad basada en la relación salarial, no tiene derecho a vivir (1).
Las industrias y manufacturas de las grandes urbes se sitúan como los escenarios originales de estos cambios, no obstante sus repercusiones alcanzan a los movimientos agrarios Latinoamericanos, puesto que en el medio rural también se ha evidenciado la crisis de los grupos populares de izquierda, sumado a la visibilidad lograda por grupos étnicos –indígenas y comunidades negras- que por años fueron desconocidos, y una mayor proletarización rural producto de la expansión de la producción agroindustrial que genera grandes masas de trabajadores rurales sin tierra, lo que influye en el tipo de actores sociales, los motivos que los moviliza y las demandas que exponen en la protesta social agraria.
Domingues (2007) localiza la emergencia de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos en lo que define como una nueva fase de la modernidad:
“de un lado, los condicionamientos sociales –inclusive una fragmentación aun mayor de la clase trabajadora- y de otro, las cuestiones y posibilidades institucionales –en particular la lucha por la democracia y la consolidación, por fin, de un nuevo ambiente democrático, que se conjugó con un Estado debilitado por la política neoliberal –lo que proporcionó los elementos del surgimiento y la renovación de los movimientos sociales latinoamericanos desde los años de 1990. Una nueva “cultura política” se forjaba en ese momento, fruto de la lucha por la democracia y por el pluralismo con una expresión cada vez mas amplia y evidente en las luchas sociales que habían contribuido decisivamente para el derrumbe de las dictaduras militares en los años de 1980, así como de la consolidación de demandas de poblaciones que con mayor fuerza alcanzaban la ciudadanía y luchaban por su ampliación (2)”
De este modo se podría indicar que el actual movimiento social agrario comparte y contiene características de los denominados NMS; no obstante producto de sus reivindicaciones en muchos casos insatisfechas y desconocidas, siguen manteniendo demandas y repertorios de acción característicos de los antiguos movimientos sociales, permaneciendo en un punto medio demostrando permanentemente su capacidad de adaptación y transformación para resistir su desaparición del contexto social y político, haciendo vigentes sus demandas históricas como los son el acceso a la tierra y la atención del estado, entre otras.
Es evidente que en los movimientos sociales agrarios pervive una gran preocupación por la incursión del capital en todas las esferas de la vida, principalmente en la mercantilización de la naturaleza, es por esto, que sumado a sus reivindicaciones sociales, políticas y económicas, se ha enfatizado la problemática ambiental y la defensa de sus medios de vida y modos tradicionales de producción agropecuaria, lo cual indica un rompimiento de las demandas exclusivamente económicas y gremiales, para ubicarse en reivindicaciones políticas y ambientales que incide a nivel de toda la sociedad.
En esta línea, Boaventura (2001: 180-181) nos advierte que una de las características propias de América Latina es que no hay movimientos sociales puros o claramente definidos, dada la multidimensionalidad, no solamente de las relaciones sociales sino también de los propias sentidos de la acción colectiva; y concluye diciendo que: en esta “impureza”, reside la verdadera novedad de los NMS en América Latina y su extensión a los NMSs de los países centrales es una de las condiciones de la revitalización de la energía emancipadora de estos movimientos en general.
Siguiendo a Houtart (2006) consideramos que ahora más que antes en la realidad del movimiento social agrario Latinoamericano resuena el llamado de construir el nuevo sujeto histórico, puesto que después de años de silenciamiento producto de la presión y coerción a nivel político y social, es necesario crear las condiciones para un nuevo posicionamiento que permita afrontar las consecuencias negativas que el modelo neoliberal en su fase agroexportadora viene dejando, permitiéndole ocupar nuevamente su lugar como actor transformador. Proceso que paulatinamente ha venido desarrollándose en la última década en varios países de la región, y que hoy por hoy, se posicionan como los mas importantes referentes de un nuevo tipo de modelo, que tiene como principios rectores la solidaridad entre los pueblos y la integración regional.
En concordancia a lo anterior –dice Zibechi – en los últimos tiempos fue ganando fuerza otras líneas de acción que reflejaban los profundos cambios introducidos por el neoliberalismo en la vida cotidiana de los sectores populares. Los movimientos más significativos (Sin Tierra y seringueiros en Brasil, indígenas ecuatorianos, neozapatistas, guerreros del agua, cocaleros bolivianos y desocupados argentinos), pese a las diferencias espaciales y temporales que caracterizan su desarrollo, poseen rasgos comunes, ya que responden a problemáticas que atraviesan a todos los actores sociales del continente. De hecho, forman parte de una misma familia de movimientos sociales y populares (Zibechi, R; 2003:4).
Pensando en ello y teniendo en cuenta las características que ya se han mencionado, observamos un nuevo y llamativo elemento de los movimientos sociales de hoy que es su creciente resistencia a la cooptación, el creciente número de participantes desposeídos, y su inventiva táctica. Las tradicionales estructuras de clase y modos de lucha son apenas reconocibles hoy día debido a la radical reducción de los programas sociales estatales y al uso de “mano de obra flexible”, que ha conducido a la desaparición del salario mínimo, la miseria de las masas, el creciente desempleo e, incluso en el caso de profesionales capacitados, la precariedad del trabajo y la sobreexplotación. Las líneas divisorias entre clases y movimientos sociales se han difuminado.
Para los pueblos indígenas de América Latina, el neoliberalismo es “únicamente” el último episodio de estos 500 años de sometimiento al genocidio y práctica de la resistencia. En este sentido, son conscientes de que algunas realidades históricas, como la continuidad colonialismo-imperialismo, la destrucción ecológica, la creación y perpetuación de una deuda impagable como herramienta de dominación de los pueblos, y la práctica rutinaria de los secuestros, las desapariciones, la tortura y la violencia contra la mujer.
El papel de los campesinos y pequeños propietarios agrícolas, a pesar de la creciente represión, se ha hecho prominente. En la mayor parte de los casos, el campesinado multiétnico constituye una nueva fuerza de trabajo barata, flexible y migrante. Tanto si se trata de los cultivadores de coca andinos como de los trabajadores sin tierra del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra.
En este contexto, las sociedades rurales de Latinoamérica afectadas severamente por las contrarreformas neoliberales de las últimas décadas, tienen en la conflictividad social la única vía que les permita tener garantías de producir y reproducir su existencia. En tal sentido, las dinámicas de movilización y protestas sociales en Latinoamérica, como lo menciona Giarraca (2004) para el caso argentino, en general ha sido de “defensa” y “preservación” frente al avance de las políticas “expropiatorias” del neoliberalismo, y en muy pocas ocasiones estas acciones colectivas estuvieron relacionadas con la expansión de nuevos derechos o con la conquista de nuevos espacios políticos o ciudadanos.
A modo de cierre
El recorrido que hemos pretendido hacer en el transcurso del documento entorno a la construcción teórica y conceptual de los movimientos sociales, nos permite indagar con mayor detenimiento en cuanto a su significado y, como éstos se encuentran en continuo movimiento y transformación; resignificandose y reconstruyéndose a la par que el capital, explora y crea nuevas formas de explotación y subordinación. Para nuestro caso particular, América Latina, y específicamente, las comunidades campesinas, son fiel reflejo de este proceso de recreación, de surgimiento de nuevas identidades, de viejas demandas pero también de nuevas universalidades, de luchas locales y de resistencias globales.
De aquí que surge nuestro interés por aproximarnos a una temática que desde ya se presenta incontrovertible, de modo que resulta difícil de profundizar con claridad en ella.
De manera tal es que nuestra intención es realizar un esbozo, a modo introductorio, de algunas consideraciones sobre el abordaje conceptual y metodológico en relación a los nuevos movimientos sociales, consideraciones éstas, que en un futuro requerirán de un trabajo más exhaustivo; pues el nuestro, será un intento a modo de plataforma para futuras investigaciones.
1. Los movimientos sociales
desde la sociología clásica
Los primeros registros que se tienen en cuanto a los orígenes del estudio de los movimientos sociales, se remontan a la Europa de finales del siglo XIX, momento en el cual el modelo industrial de producción se afianzaba en el continente, lo que conllevó a la sobreexplotación de los obreros y al cada vez mayor deterioro de sus modos de vida. Por lo tanto, fue en este momento donde el movimiento obrero se erigía más amenazante para el mantenimiento de la clase burgués. Es así, como el comportamiento colectivo inicialmente fue abordado de una forma más directa por la línea del pensamiento europeo conservador; donde, según Melucci (2002:27) se destacaban las observaciones de Le Bon y Tarde, quienes proponían una visión irracional de la multitud. En ellos la capacidad individual y la racionalidad de los individuos son sojuzgadas por la sugestión colectiva; las características de la “psicología de la multitud” son la credulidad, la exasperación de las emociones y la tendencia a la imitación. Las multitudes son, pues, manipuladas por minorías de agitadores y se manifiestan de forma irracional y violenta bajo la influencia de la sugestión.
En esta misma línea de pensamiento Freud en su aporte al debate del comportamiento colectivo, le otorga una connotación negativa, ya que considera que la existencia del grupo está sujeta a que el individuo se identifica con el líder. Más adelante Ortega y Gasset, en un momento en que se afirmaba el aparato totalitario en Europa, le dan una apreciación reduccionista al comportamiento colectivo, al considerarla incapaz de asumir una responsabilidad colectiva, puesto que consideraban que estaba sujeta a la manipulación del jefe.
Los primeros análisis del comportamiento colectivo se caracterizaban por otorgarle una visión irracional, ya que consideraban que éste se debía a un interés particular del líder, y que los individuos que participaran en estas manifestaciones no eran más que una masa sujeta a la manipulación, lo que desvirtúa de una manera precipitada los motivos por los cuales las personas hacían manifiesto su inconformismo y se agrupaban para expresarlo.
Smelser (1987), desde una perspectiva funcionalista, definió los movimientos sociales como conductas colectivas espontáneas de carácter contestatario, protagonizadas por agentes marginales al sistema institucional moderno, donde la decisión de sus integrantes a participar se daba por la frustración producida por condiciones como la privación económica, política o cultural. Por tanto, caracterizó estos movimientos por su irracionalidad, su disfuncionalidad y no- institucionalidad con respecto al sistema social y político, mostrado en la agresividad y frustración frente a las instituciones modernas (Tobasura, I; 2006: 32).
Es común señalar a la teoría de las conductas colectivas de Neil Smelser como una de las primeras en donde se abordara la cuestión entorno a los movimientos sociales. Dicha teoría, a su vez, se apoyó tanto en los avances de la escuela sociológica de Chicago, especialmente en el interaccionismo simbólico de Robert Park, como en el funcionalismo de Talcott Parsons y Robert Merton. En el estudio del comportamiento colectivo, Park intentó superar la mirada conservadora de Le Bon y Tarde sobre la multitud a la que le asignaban un carácter caótico e irracional fruto de la supuesta manipulación hecha por agitadores externos. Para Park, “el comportamiento colectivo no era una realidad patológica, sino un componente fundamental del normal funcionamiento de la sociedad (Archila, M; 2003:38); además de un factor decisivo para el cambio. De aquí que exista una continuidad entre comportamiento colectivo y las formas “normales”, institucionalizadas, de la acción social. El comportamiento colectivo representa una situación “no estructurada”, esto es, no plenamente controlada, de las normas que rigen el orden social. Pero precisamente por esto es importante, porque es un factor de transformación y está en grado de crear nuevas normas (Melucci, A; 2002: 27).
Los movimientos estudiantiles de 1968 desvirtuaron los principales presupuestos de la teoría del comportamiento colectivo, pues los protagonistas no eran población marginal frustrada, sin motivos ni intereses propios; eran universitarios provenientes de las clases media y alta. Sus sentimientos no eran de frustración y agresión, sino que tenían objetivos altruistas y emancipatorios, que superaban sus interese particulares (Tobasura, I; 2006: 32).
Por su parte Parsons había estudiado las conductas desviadas y Merton además escudriñó las inconformes. Pero para éstos, la acción colectiva es referida a comportamientos disfuncionales al sistema vigente. La noción de equilibrio social hacía muy difícil entender en forma positiva la aparición de actores sociales no institucionales (Archila, M; 2003:38).
2. De movimientos sociales y acción colectiva
Los movimientos sociales son tan variados en su conformación como en su modo de acción, de allí que las definiciones y las líneas de pensamiento que surgen para dar cuenta del porqué y el cómo de su acción colectiva son diversas. Por lo tanto, cualquier intento para definirlos en un contexto específico deja por fuera innumerables apreciaciones. En consecuencia, se hace necesario establecer inicialmente la distinción entre la acción de un movimiento social de la de un grupo, que realiza acciones reivindicativas, carente de ideología y sin proyecto social establecido; ya que a diferencia de éste, “un movimiento social es un fenómeno de acción colectivo, relativamente permanente, con identidad propia y sentimiento excluyente, que elabora su proyecto en función de un actor específico que, para los movimientos sociales tradicionales es la clase obrera, y para los nuevos movimientos sociales es la sociedad en su conjunto” (Archila, M; 2003:50).
Un movimiento social es una acción colectiva específica, en donde una categoría social, siempre particular, pone en cuestión una forma de dominación social, a la vez particular y general, e invoca contra ella valores, orientaciones generales de la sociedad que comparte con su adversario para privarlo de tal modo de legitimidad. Con la emergencia del proyecto de globalización, los movimientos sociales surgen como un poder desde abajo, constituyéndose en «nómadas del presente» (KRIESI, H. P. citado por TOBASURA, I, p.51).
Una nueva definición que se puede encontrar desde el comportamiento colectivo es que éste y los movimientos sociales como una de sus formas, serían así expresión del impacto producido por fenómenos como la urbanización, la pérdida de formas de cultura tradicional, la innovación tecnológica, los medios de comunicación de masas o la emigración. Estos cambios en la estructura social provocarían la aparición de intentos no institucionalizados de reconstrucción del sistema de creencias compartidas y de la propia estructura social (Rubio, 2004: 4).
Por principios, los movimientos sociales son defensores de la diversidad social y cultural y por ello de la equidad, que supone el pluralismo y la diferencia, en tanto que la exhortación a la igualdad alimenta a menudo una política de homogenización y rechazo de las diferencias, en nombre del carácter universal de la ley. La pregonada igualdad de la revolución francesa lo que ha conseguido es disolver las diferencias e imponer el imperio de la homogeneidad moderna occidental. Con dicho argumento se han sometido culturas, dominado países y desconocido conocimientos y cosmovisiones locales (Tobasura, I; 2006: 54).
La acción colectiva es desarrollada en la mediad que pueda transformar la capacidad de movilización en acción, por medio de la organización; adicionalmente, quienes participan de la acción, se movilizan a partir del consenso, es decir, existe una aceptación generalizada en cuanto a los motivos que los convoca; y por último, la acción de desarrolla cuando las condiciones políticas ofrezcan mayores posibilidades para alcanzar sus peticiones, es decir, actúan bajo la estructura de oportunidades políticas.
3. El surgimiento de los nuevo
movimientos sociales
El concepto de nuevos movimientos sociales se fue gestando como tal en los años ochenta, y su consolidación fue paralela al fracaso de las formas organizativas tradicionales del movimiento obrero en su objetivo declarado de destruir el capitalismo, y con el desprestigio definitivo del “socialismo real” como opción deseable por parte de quienes anhelaban una transformación social. Ambos procesos se hicieron patentes a partir del mayo francés, y darían carta de naturaleza a la denominada Nueva Izquierda, en oposición tanto a la izquierda socialdemócrata como a la izquierda heredera del bolchevismo en todas sus formas.
Observamos que en dicho concepto confluyen los planteamientos teóricos de la izquierda no marxista y del marxismo heterodoxo (Luxemburgo, Korsch, Pannekoek, Lefebvre, etc.) así como las experiencias históricas producidas durante los años cincuenta y sesenta de desbordamiento de las autoproclamadas vanguardias revolucionarias tanto por parte del movimiento obrero tradicional como de sectores cada vez más alejados del mismo. Tampoco es ajeno como concepto a los fenómenos de organización social producidos durante estos años principalmente en torno a la guerra de Vietnam y a los conflictos raciales en los Estados Unidos, donde el poco arraigo del comunismo al estilo europeo propició la aparición de movimientos de contestación más pragmáticos y descentralizados, e incluso “despolitizados”, muy acordes con las formas tradicionales de asociacionismo anglosajón.
Todo este cúmulo de fenómenos, unido al incuestionable anhelo de una teoría global de la historia y la sociedad, ante la paulatina pérdida de potencia del marxismo como herramienta capaz de cumplir esa función, es lo que lleva a la sociología política de izquierdas europea a acuñar el término de “nuevos movimientos sociales”, con el que se busca englobar toda una exuberancia de fenómenos de muy diversa índole.
La aparición del término puede interpretarse así como un intento de “aggiornamento” del modelo de interpretación de la sociedad y de los fenómenos de transformación social que ha regido todos los planteamientos teóricos desde la consolidación del socialismo “científico” a partir de la Segunda Internacional (Vadaguer, C; 1993: 6). En este sentido, el concepto sería el heredero directo del concepto de movimiento obrero y su implantación no buscaría sino preservar desde el punto de vista teórico dos paradigmas consustanciales a dicho modelo interpretativo:
La concepción de la transformación social como un proceso lineal, sujeto a la ley de la causalidad y, por tanto, susceptible de ser “explicado” mediante su reducción a leyes de segundo rango (Ibidem: 8). Esta concepción de la transformación social está en estrecha relación con el concepto racionalista de “progreso”, base de toda la ideología de la modernidad.
La creencia en un “sujeto de la transformación social” o sector de la sociedad cuyas “condiciones objetivas” lo sitúan en una posición privilegiada para convertirse en el motor de dicha transformación social, siempre que sea capaz de dotarse de una teoría global de lo social que le permita desvelar las claves de dicha transformación (Ibidem: 9).
Sin embargo, el término de nuevos movimientos sociales no es objeto de una definición unívoca y objetiva como es el caso del movimiento obrero y al quedarse en una mera extrapolación del mismo, ha estado siempre sumido en la ambigüedad. No obstante y paradójicamente, parece que esa misma ambigüedad es la que ha permitido alimentar la esperanza en un nuevo sujeto de transformación.
4. Movimientos Sociales o Nuevos
Movimientos Sociales: características
Sobre esta temática planteada y anticipando los análisis epistemológicos que giran entorno a ella, a continuación mencionaremos algunas características que distinguen a los nuevos movimientos sociales de los movimientos tradicionales.
En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares. Con respecto a esto dice Rucht –citado por Antonio Calvo- sus preocupaciones giran en torno a problemas específicos, que no pueden resolverse con la redistribución de los medios de producción y de la riqueza en el marco de un sistema político enteramente nuevo. Esta es la razón por la que no existe un solo movimiento que sobresalga por encima de todos los demás y que represente a la clase oprimida, concebida como sujeto único, sino una pluralidad de movimientos que coexisten y cooperan entre sí y cuya significación no puede describirse cabalmente en término de antagonismo de clases. Su base de apoyo no tiene carácter de clase, pues estos movimientos no se dirigen a ningún grupo social particular invocando sus estrechos intereses específicos, sino que intentan movilizar al conjunto de la sociedad […] (Algaba Calvo, A; 1998: 8).
Según Offe (1988), la “novedad” de los movimientos sociales contemporáneos se encuentra basado en la identificación de los actores participantes en la movilización que, a diferencia de actores colectivos anteriores, no se vinculan en su definición con códigos políticos o socioeconómicos preestablecidos de ideología o clase, sino que lo hacen con relación a los propios planteamientos del movimiento [...] o en base a reclamaciones que abarcan a todo el género. Esto, sin embargo, no implica la existencia de una base social de los movimientos indiferenciada en términos de clase o exenta de condicionantes ideológicas, sino que, simplemente, no son éstos los determinantes que llevan a la movilización, en contraposición especialmente con el movimiento obrero.
A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos normales e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en manifestaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas.
Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial.
Asimismo, y a diferencia de los movimientos tradicionales, se encuentra también la idea de territorialización de los movimientos, o sea de su arraigo en espacios físicos recuperados o conquistados a través de largas luchas, abierta o subterránea (Zibechi, R; 2003: 2). Pero hay que entender a esta territorialización no solo en sentido de recuperación del espacio físico, sino también desde lo social y simbólico, es decir, territorialización entendida como el trabajo comunitario que trasciende las fronteras físicas, sociales y culturales.
La constante búsqueda de “autonomía” es otra de las características de éstos fundados sobre la creciente capacidad de los movimientos para asegurar la subsistencia de sus seguidores. Un ejemplo claro son los cocaleros y los sin tierra que día a día trabajan para construir su autonomía material y simbólica.
La revalorización de la cultura y la afirmación de la identidad de sus pueblos y sectores sociales, es otro elemento diferenciador con respecto a los movimientos tradicionales. La construcción de su propia intelectualidad es otra característica a tener en cuenta. Es decir, que los nuevos movimientos están tomando en sus manos la educación y la formación de sus dirigentes, con criterios didácticos-pedagógicos propios a menudo inspirados en la educación popular y liberadora.
El nuevo rol que adquieren las mujeres también hay que destacarlo. En la actualidad de estos movimientos nos encontramos con mujeres dirigentes con puestos importantes en la estructura organizativa de los mismos.
Otro rasgo y diferencia con respeto a lo tradicional dice Zibechi consiste en la preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza. Tienden a visualizar la tierra, las fábricas y los asentamientos como espacios de producción sin patrones ni capataces, donde promover relaciones igualitarias y horizontales con escasa división del trabajo, asentadas por lo tanto en nuevas relaciones técnicas de producción que no generen alienación ni sean depredadoras del ambiente (Ibidem: 3).
Las formas de organización también se presentan distintas a las tradicionales. Los movimientos de hoy tienden a reproducir la vida cotidiana, familiar y comunitaria, asumiendo a menudo la forma de redes de autoorganización territorial.
Finalmente, el marco de actuación de dichos movimientos han cambiado notablemente, abandonando el estilo de huelga tradicional y dirigiéndose a acciones mucho más creativas y reveladoras, a través de los cuales los nuevos actores sociales se hacen visibles, reafirmando sus rasgos y los aspectos constitutivos de su identidades.
5. Los actuales movimientos sociales
agrarios en Latinoamérica
Con el advenimiento en las últimas décadas de transformaciones sociales, económicas y políticas de gran alcance mundial como lo significo la caída del bloque socialista, la internacionalización de la economía, la implementación de contrarreformas neoliberales y su subsecuente crisis, se desataron cambios en cuanto a los sectores sociales que liderarían a partir de entonces las dinámicas de movilización y demanda a nivel mundial, como también un cambio en la forma y los enfoques teóricos desde donde se abordaran para su análisis.
La cada vez mayor visibilidad que han alcanzado en la actualidad minorías de tipo éticas, sexuales, de género, entre otras, y la perdida de participación e incidencia de las masas proletarias, surge el interrogante entorno a los procesos de adaptación y las transformaciones que han debido realizar actores sociales clásicos ante los cambios político-económicos de las últimas décadas.
Entre las muchas consecuencias negativas que el modelo neoliberal de la economía ha generado en los países de la región, a nivel interno de los grupos sociales Boron (2004:5) destaca los siguientes:
(a) la creciente heterogeneidad del “universo asalariado”, (b) la declinante gravitación cuantitativa del proletariado industrial en el conjunto de las clases subalternas,(c) la aparición de un voluminoso “subproletariado” –denominado “pobretariado” por Frei Betto– que incluye a un vasto conjunto de desocupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales, cuentapropistas de subsistencia y toda una vasta masa marginal a la que el capitalismo ha declarado como “redundante” e “inexplotable” y que por lo tanto, en una sociedad basada en la relación salarial, no tiene derecho a vivir (1).
Las industrias y manufacturas de las grandes urbes se sitúan como los escenarios originales de estos cambios, no obstante sus repercusiones alcanzan a los movimientos agrarios Latinoamericanos, puesto que en el medio rural también se ha evidenciado la crisis de los grupos populares de izquierda, sumado a la visibilidad lograda por grupos étnicos –indígenas y comunidades negras- que por años fueron desconocidos, y una mayor proletarización rural producto de la expansión de la producción agroindustrial que genera grandes masas de trabajadores rurales sin tierra, lo que influye en el tipo de actores sociales, los motivos que los moviliza y las demandas que exponen en la protesta social agraria.
Domingues (2007) localiza la emergencia de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos en lo que define como una nueva fase de la modernidad:
“de un lado, los condicionamientos sociales –inclusive una fragmentación aun mayor de la clase trabajadora- y de otro, las cuestiones y posibilidades institucionales –en particular la lucha por la democracia y la consolidación, por fin, de un nuevo ambiente democrático, que se conjugó con un Estado debilitado por la política neoliberal –lo que proporcionó los elementos del surgimiento y la renovación de los movimientos sociales latinoamericanos desde los años de 1990. Una nueva “cultura política” se forjaba en ese momento, fruto de la lucha por la democracia y por el pluralismo con una expresión cada vez mas amplia y evidente en las luchas sociales que habían contribuido decisivamente para el derrumbe de las dictaduras militares en los años de 1980, así como de la consolidación de demandas de poblaciones que con mayor fuerza alcanzaban la ciudadanía y luchaban por su ampliación (2)”
De este modo se podría indicar que el actual movimiento social agrario comparte y contiene características de los denominados NMS; no obstante producto de sus reivindicaciones en muchos casos insatisfechas y desconocidas, siguen manteniendo demandas y repertorios de acción característicos de los antiguos movimientos sociales, permaneciendo en un punto medio demostrando permanentemente su capacidad de adaptación y transformación para resistir su desaparición del contexto social y político, haciendo vigentes sus demandas históricas como los son el acceso a la tierra y la atención del estado, entre otras.
Es evidente que en los movimientos sociales agrarios pervive una gran preocupación por la incursión del capital en todas las esferas de la vida, principalmente en la mercantilización de la naturaleza, es por esto, que sumado a sus reivindicaciones sociales, políticas y económicas, se ha enfatizado la problemática ambiental y la defensa de sus medios de vida y modos tradicionales de producción agropecuaria, lo cual indica un rompimiento de las demandas exclusivamente económicas y gremiales, para ubicarse en reivindicaciones políticas y ambientales que incide a nivel de toda la sociedad.
En esta línea, Boaventura (2001: 180-181) nos advierte que una de las características propias de América Latina es que no hay movimientos sociales puros o claramente definidos, dada la multidimensionalidad, no solamente de las relaciones sociales sino también de los propias sentidos de la acción colectiva; y concluye diciendo que: en esta “impureza”, reside la verdadera novedad de los NMS en América Latina y su extensión a los NMSs de los países centrales es una de las condiciones de la revitalización de la energía emancipadora de estos movimientos en general.
Siguiendo a Houtart (2006) consideramos que ahora más que antes en la realidad del movimiento social agrario Latinoamericano resuena el llamado de construir el nuevo sujeto histórico, puesto que después de años de silenciamiento producto de la presión y coerción a nivel político y social, es necesario crear las condiciones para un nuevo posicionamiento que permita afrontar las consecuencias negativas que el modelo neoliberal en su fase agroexportadora viene dejando, permitiéndole ocupar nuevamente su lugar como actor transformador. Proceso que paulatinamente ha venido desarrollándose en la última década en varios países de la región, y que hoy por hoy, se posicionan como los mas importantes referentes de un nuevo tipo de modelo, que tiene como principios rectores la solidaridad entre los pueblos y la integración regional.
En concordancia a lo anterior –dice Zibechi – en los últimos tiempos fue ganando fuerza otras líneas de acción que reflejaban los profundos cambios introducidos por el neoliberalismo en la vida cotidiana de los sectores populares. Los movimientos más significativos (Sin Tierra y seringueiros en Brasil, indígenas ecuatorianos, neozapatistas, guerreros del agua, cocaleros bolivianos y desocupados argentinos), pese a las diferencias espaciales y temporales que caracterizan su desarrollo, poseen rasgos comunes, ya que responden a problemáticas que atraviesan a todos los actores sociales del continente. De hecho, forman parte de una misma familia de movimientos sociales y populares (Zibechi, R; 2003:4).
Pensando en ello y teniendo en cuenta las características que ya se han mencionado, observamos un nuevo y llamativo elemento de los movimientos sociales de hoy que es su creciente resistencia a la cooptación, el creciente número de participantes desposeídos, y su inventiva táctica. Las tradicionales estructuras de clase y modos de lucha son apenas reconocibles hoy día debido a la radical reducción de los programas sociales estatales y al uso de “mano de obra flexible”, que ha conducido a la desaparición del salario mínimo, la miseria de las masas, el creciente desempleo e, incluso en el caso de profesionales capacitados, la precariedad del trabajo y la sobreexplotación. Las líneas divisorias entre clases y movimientos sociales se han difuminado.
Para los pueblos indígenas de América Latina, el neoliberalismo es “únicamente” el último episodio de estos 500 años de sometimiento al genocidio y práctica de la resistencia. En este sentido, son conscientes de que algunas realidades históricas, como la continuidad colonialismo-imperialismo, la destrucción ecológica, la creación y perpetuación de una deuda impagable como herramienta de dominación de los pueblos, y la práctica rutinaria de los secuestros, las desapariciones, la tortura y la violencia contra la mujer.
El papel de los campesinos y pequeños propietarios agrícolas, a pesar de la creciente represión, se ha hecho prominente. En la mayor parte de los casos, el campesinado multiétnico constituye una nueva fuerza de trabajo barata, flexible y migrante. Tanto si se trata de los cultivadores de coca andinos como de los trabajadores sin tierra del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra.
En este contexto, las sociedades rurales de Latinoamérica afectadas severamente por las contrarreformas neoliberales de las últimas décadas, tienen en la conflictividad social la única vía que les permita tener garantías de producir y reproducir su existencia. En tal sentido, las dinámicas de movilización y protestas sociales en Latinoamérica, como lo menciona Giarraca (2004) para el caso argentino, en general ha sido de “defensa” y “preservación” frente al avance de las políticas “expropiatorias” del neoliberalismo, y en muy pocas ocasiones estas acciones colectivas estuvieron relacionadas con la expansión de nuevos derechos o con la conquista de nuevos espacios políticos o ciudadanos.
A modo de cierre
El recorrido que hemos pretendido hacer en el transcurso del documento entorno a la construcción teórica y conceptual de los movimientos sociales, nos permite indagar con mayor detenimiento en cuanto a su significado y, como éstos se encuentran en continuo movimiento y transformación; resignificandose y reconstruyéndose a la par que el capital, explora y crea nuevas formas de explotación y subordinación. Para nuestro caso particular, América Latina, y específicamente, las comunidades campesinas, son fiel reflejo de este proceso de recreación, de surgimiento de nuevas identidades, de viejas demandas pero también de nuevas universalidades, de luchas locales y de resistencias globales.

(*) Profesora y Licenciada en Historia. Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Profesora adscripta a la cátedra de Historia Americana Actual. Miembro integrante del proyecto “Historia de Vida - Memorias de la ciudad”. Organizado por la Facultad de Ciencias Económicas de la UNRC y la Secretaría de Cultura de la ciudad de Río Cuarto. Docente del CEN.E.P; Administradora y colaboradora del sitio Web Ermua Libertario (de Ateneo) http://www.nodo50/ermualibertario; Miembro del equipo de investigación: Sociedad civil en América Latina y Argentina. Problemas teóricos e históricos contemporáneos. Financiado por SeCyT-UNRC. Miembro del equipo de investigación: Los Derechos Humanos en el contexto Latinoamericano. A participado en diferentes congresos nacionales e internacionales como así también en jornadas de investigación histórica realizadas en la UNRC.y colaborado en diversas publicaciones en medios locales como así también en revistas científicas-académicas nacionales.
rominabada@yahoo.com.ar
BIBLIOGRAFIA:
• Algaba Calvo, Antonio (1998). Los nuevos movimientos sociales. En Revista Política y Sociedad Nº 8. España.
• Archila, Mauricio, (2003). Idas y venidas, vueltas y revueltas: protestas sociales en Colombia 1958- 1990. Santa fe Bogotá, CINEP.
• Giarranca, Norma, (2004). “La protesta agrorural en la Argentina”. En José Seasone (comp.), Movimientos sociales y conflicto en América Latina. Buenos Aires, CLACSO. pp. 196-208.
• Houtart, François (2006). “Los movimientos sociales y la construcción de un nuevo sujeto histórico”. La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas. Boron, Atilio A.; Amadeo, Janvier; González, Sabrina.
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/marxis/P4C3Houtart.pdf
• Melucci, Alberto, (2002). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. México, El colegio de México, Centro de Estudios Sociológicos.
• Offe, Claus, (1988), Partidos políticos y nuevos movimientos sociales. Madrid, Sistema.
• Rubio G, A, (2004). Perspectivas teóricas en el estudio de los movimientos sociales. Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. Madrid,
• Tobasura, Isaías, (2006). Ambientalismos y ambientalistas. El ambientalismo criollo a finales del siglo XX, Manizales. Vicerrectoría de Investigaciones y Postgrados, Universidad de Caldas.
• Vadaguer, Carlos, (1993). “Los movimientos sociales, de la esperanza al desconcierto”. En Revista de estudios sociales y sociología aplicada “Los Movimientos Sociales Hoy”. Ed. Caritas, Nº 9, enero-marzo. España.
• Zibechi, Raúl, (2003). “Movimientos Sociales Latinoamericanos: tendencias y desafíos. Los nuevos rostros de los de abajo”. En Revista “La Fogata Digital”.
NOTAS:
(1) BORON, Atilio (2004). “Neoliberalismo vs. Movimientos sociales en América Latina”. Rebelión, 12p. http://pr.indymedia.org/news/2004/08/4536.php
(1) DOMINGUES, José M (2007). “Os movimentos sociais latino-americanos: características e potencialidades. Análise de Cojuntura OPSA, nº. 2. Brasil.