Peronismo, política y cultura popular



Por Roberto Baschetti (*)

Una vez recibida la invitación para decir unas palabras, pensé sobre que podíamos reflexionar juntos, en este marco de globalización que nos asfixia y que muchas veces nos hace perder nuestro “norte”, nuestras convicciones, nuestro sentido ideológico de la vida.

Por lo tanto me gustaría hablar, extenderme, puntualizar, sobre una palabra que a nosotros los integrantes del campo nacional y popular nos atemoriza un poco, nos obliga a ser refractarios, nos invita a estar expectantes, porque siempre fue herramienta de la colonización y del imperialismo.

Me estoy refiriendo compañeros, al término CULTURA y a la estrecha relación –según mi entender- que tiene ésta con la IDENTIDAD. Con la identidad de un pueblo.
Ante todo, como primera medida, deberíamos preguntarnos:

¿Qué es la cultura?
¿A quién le sirve?
Y cuantas clases de cultura hay, en caso de que haya más de una...

Suele oírse hablar con alharaca del concepto de “cultura” dándose a entender que el mismo es privativo para unos pocos iniciados, que saben de que se está hablando. Pero lo que es peor aún, a la cultura suelen aparearla con la “educación”.

En una palabra: si usted es culto es educado; sino no.

Si siguiéramos este razonamiento de elite, un hombre que no tuvo la suerte de educarse –es decir de no ser instruido- no es considerado culto por el “establishment”.

Para esta elite, todos aquellos compatriotas nuestros que no lean o escriban de corrido, o no usen un idioma apropiado, o se coman las eses cuando hablan o no sepan tomar los cubiertos para comer “correctamente” no son considerados cultos.

Es más, son vistos como brutos.

Y quiero decir, que desde ya, en esta actitud separatista, discriminatoria, de “apartheid”, lo que realmente se está estructurando a partir de esta invalidación, es un mecanismo por el cual se niega el don natural y la potencial e infinita capacidad creativa de todo ser humano.

Capacidad creativa –síganme el hilo conductor- que pasa a estar supeditada hasta que luego se olvida, se pierde, por unos supuestos e “imprescindibles” aprendizajes, que impiden que aquella capacidad creativa, natural o adquirida, a la que hacemos referencia, tenga frutos en la comunidad en que se desarrolla o desenvuelve.

Abro paréntesis. Como no recordar esa frase inigualable de Gabriel García Márquez, cuando le dijo cierta vez a un periodista: “Cuando era pequeño, una vez, tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”. Cierro paréntesis.

Se ataca así una cultura real y verdadera, una cultura popular –digámoslo con todas las letras- que es la que aporta identidad al pueblo que la cultiva y la difunde.

Es por eso, que desde los centros de poder imperiales con la inestimable ayuda del cipayaje local, se trata por todos los medios de atacarla, estrangularla, resquebrajarla, asfixiarla, destruirla al fin, ¿por qué? Muy sencillo: porque un pueblo sin historia, sin identidad y sin tradición es fácilmente dominable.

Si esto mismo lo queremos decir con otras palabras que entendamos todos:

Cada pueblo tiene una fisonomía propia e intransferible, que se manifiesta por distintas expresiones creativas que desarrollan sus hombres y que lo diferencian como pueblo de los demás.

El idioma, las diversas formas de producción, sus mitos y creencias, su literatura, su arte y las costumbres sociales son algunas de las formas en que el pueblo expresa su cultura y reafirma su identidad.

Para la cultura “oficial” o dominante no tienen ninguna importancia, por ejemplo, las tradiciones orales que preservaron los antiguos aborígenes que habitaban este suelo.

A regañadientes y siempre tratando de despojarle todo contenido social, muestran los poemas gauchescos como el “Martín Fierro”; ignoran olímpicamente los diversos cultos y adhesiones a míticos personajes que salieron del propio pueblo, reales o no: bandoleros sociales como Bairoletto o Isidro Velázquez, santitas como la Difunta Correa, sanadores como el Gauchito Gil.

Ya de lleno en el plano político e histórico, ocultan las ideas revolucionarias de Mariano Moreno y Bernardo de Monteagudo, las luchas que en inferioridad numérica llevó adelante el general José de San Martín no sólo contra los realistas sino también contra la oligarquía porteña.

Desprecian profundamente las luchas de nuestras montoneras federales (recuerden aquello de “civilización o barbarie”); prefieren olvidar aquel radicalismo de don Hipólito Yrigoyen que puso en jaque al régimen y siguen pensando como bien decía nuestro querido John William Cooke, hombre de la Resistencia Peronista, que “el Peronismo es el hecho maldito del país burgués” que ellos usufructúan.

Al respecto, es paradigmático, como “ellos” los que detentan el poder, saben e intuyen, que el peronismo esté como esté –endémico, dividido, irresoluto, contradictorio- sigue siendo el rival a vencer, porque es el único con capacidad en Argentina, que les puede hacer frente y aglutinar voluntades en pos de un programa de liberación nacional.

Veamos ciertas afirmaciones “objetivas” al respecto:

AGUINIS, Marcos. “La desesperación ha incrementado el anhelo de millones por retornar al paraíso, sin darse cuenta de que el paraíso es siempre un paraíso perdido. Los tiempos del primer peronismo, con alegre distribución de regalos y un asistencialismo milagroso y frenético ya no es posible”. (La Nación, 12-9-2002).

TOURAINE, Alain. “El país debe olvidarse del peronismo. Porque el peronismo es un modelo político que mezcló discursos de derecha e izquierda, y que no ha hecho nada. Con un país lleno de dinero... no hicieron nada. Se lo comieron”. (La Nación. 18-2-2004)

SARAMAGO, José. “Si el pueblo argentino no se libera del fantasma del peronismo, vamos a tener secuelas cada vez más absurdas”. (La Nación. 30-4-2003)

Como verán tampoco es casualidad que todas estas consideraciones descalificadoras y juicios de valor se agrupen y se difundan a través de un matutino que defiende los puntos de vista de lo que queda de la oligarquía terrateniente y del más salvaje liberalismo económico imperante en Argentina, el cual luego de diez años de acción (1989-1999), ha dejado un país en llamas. Y si bien con la gestión del Dr. Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández, luego, estamos remontando y saliendo del infierno, debe recordarse que los pobres durante el año 2004 fueron el 55% de la población (en tanto que en la década del 70 eran solamente el 8% de la misma) y en donde, hace 7 años atrás, los sueldos de los que tienen la suerte de tener un trabajo, eran los más bajos de Latinoamérica, según podía leerse en el diario Clarín del 19 de noviembre de 2002.

Vuelvo a la cultura, vuelvo a la identidad, vuelvo al peronismo. Decíamos recién de la importancia de forjar una cultura popular, de tener una identidad propia que ayude a fortalecer a nuestro pueblo.

Voy a tomar dos casos diferentes pero unidos por ese denominador común.

El primero: la muerte de Evita.

Como todos saben o recuerdan, luego de una penosa enfermedad que tuvo en vilo al país, el 26 de julio de 1952, falleció esa mujer incomparable que tan sólo en 6 años de vida política y social (de 1946 a 1952) tuvo el amor incondicional de su pueblo, transcendió las fronteras de nuestro país y la acción que desplegó, la ubicó y la ubica como la mujer más importante de la Argentina de todos los tiempos. Por su acción, los pobres, los humildes, los desamparados, los niños y los ancianos, tuvieron acceso a la justicia social, una de las banderas fundacionales del peronismo. Por su intermedio y su tenacidad para romper trabas burocráticas, en todo nuestro territorio, a través de la Fundación Eva Perón, se crearon: los hogares-escuela, la ciudad infantil, la ciudad estudiantil, los hogares para ancianos, los hogares de tránsito para las empleadas, hospitales, policlínicos y sanatorios para el común de la gente, vacaciones pagas para los trabajadores, turismo social gratuito para todos los habitantes de nuestra geografía, colonias de vacaciones para todos los pibes de nuestro país, solución urgente de todos los problemas de habitación, de necesidades primarias insatisfechas, etc.

Evita: lo tenía claro. “Donde hay una necesidad hay un derecho” solía decir públicamente. Y ahí apuntaba todos sus cañones, hasta que esa necesidad se convertía en un derecho.

Desde el poder, desde el gobierno, o desde las estructuras del Partido Peronista fue acumulando honores. El contacto con los sindicalistas y la solución de los problemas que le planteaban le valió ser Primera Trabajadora de la Argentina y luego Reina del Trabajo ambas distinciones en 1946. Por la ayuda social que brindaba sin retaceos, como ya dije, fue reconocida como Primera Samaritana. Y en 1947 el diario partidario “Democracia” la nombró Dama de la Esperanza. En mayo de 1952 poco antes de su deceso, el Congreso Nacional la ungió Jefa Espiritual de la Nación y a posteriori en julio del mismo año, su libro La Razón de mi Vida fue declarado texto obligatorio en los colegios.

Por supuesto que el Pueblo acompañaba y estaba de acuerdo en todas estas decisiones honorarias pero también y he aquí lo importante y trascendental, actuaba con su propia lógica. Porque Evita era uno de los suyos; en esos momentos la mejor, la más extraordinaria de los suyos. Categoría que se había ganado en la práctica.

Práctica que puede ilustrarse con este ejemplo: Un colaborador directo de ella, el poeta José María Castiñeira de Dios solía contar una anécdota que lo tuvo como protagonista, en el lugar que Evita disponía para las entrevistas personales con los necesitados.

Decía Castiñeira: “Había en esa habitación seres humanos en ropas sucias y que olían mal. Evita ponía sus dedos sobre sus llagas abiertas, porque ella era capaz de ver el sufrimiento de toda esa gente y de sentirlo ella misma. Ella podía tocar las cosas más terribles y todo con una actitud cristiana que me sorprendía, besando y dejándose besar. Había una muchacha cuyo labio estaba medio comido por la sífilis, y cuando yo ví que estaba por besarla, traté de detenerla. Evita me dijo: ¿Usted sabe lo que significa para ella que yo la bese?”

Así es que –y no debe extrañarnos- cuando Evita está mal y grave de salud y luego cuando fallece, es objeto de una canonización popular espontánea.

Ya sea en las casas más humildes o en los locales partidarios, me refiero a las recordadas y queridas unidades básicas, se levantan altares improvisados, con velas, flores y fotos de Eva Perón. Esto antes, luego y después de sus exequias donde se calcula que 2 millones de personas se reunieron desconsoladas, tristes y acongojadas. Las colas para darle el último adiós cubrían 35 cuadras de extensión.

Es Santa Evita y así lo entienden sus grasitas, sus descamisados, el pueblo trabajador. Cinco días después de su muerte un sindicato, el de la industria de la alimentación, envió un telegrama al Papa pidiendo la canonización de Eva Perón y cuatro meses más tarde –en noviembre de 1952- la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados (ATLAS, de orígen argentino) reiteró la solicitud pero esta vez ampliándola: que pasara a ser la santa de la totalidad de los trabajadores americanos.

Evidentemente estaba consolidándose un mito. Un mito nacional y popular.

La caída de Perón en 1955 dio rienda suelta a un espíritu revanchista que no se detuvo ni ante su cadáver. Los restos mortales de Eva Perón fueron profanados y robados para luego ser clandestinos y secretamente enterrados en un cementerio milanés, por aquellos señores “occidentales y cristianos”, “educados y cultos” a que hacíamos referencia cuando comencé estas reflexiones. Para ellos estaba claro que lo que no podían entender, ni comprender, lo que no encajaba en sus categorías de razonamiento, debía desaparecer.

No les sirvió de nada. El pueblo la siguió adorando y una parte del mismo, la juventud setentista, que tuve el honor de integrar, llegó hasta dejar su vida con la única finalidad de llevar su nombre y su bandera a la victoria. Evita hoy, sigue siendo bandera de lucha de millares de argentinos y devoción eterna de otros tantos, como mi amiga, la Negra Diana, mujer combativa que organiza comedores y asentamientos en la zona suburbana, que nunca se da por vencida en su lucha contra la injusticia y que cuando se presenta algún problema siempre le dice a sus allegados: “Prendéle una vela a Evita que te va a escuchar”.

El segundo caso: el regreso de Perón.

¿Se acuerdan...? Fue el 17 de noviembre de 1972 luego de 18 años de lucha y resistencia contra las dictaduras de turno. La sola posibilidad de su retorno concreto fue un disparador para que millares de compañeros nos organizaramos para ir a buscarlo, para protegerlo.

De un lado la razón y la inteligencia del sistema para evitar desbordes y que, lo que ya era un hecho -el regreso de Perón- pasara sin pena ni gloria, como una circunstancia más. Del otro lado, de nuestro lado, también la razón y la inteligencia pero con un plus a nuestro favor, con un valor agregado que no se encuentra en los tratados políticos ni se compra en la farmacia: con los sentimientos dispuestos, con nuestros sentimientos a flor de piel: volvía Perón, volvía el Conductor, volvía el General del Pueblo, en una palabra señores: volvían los días mas felices del pueblo argentino.

Y también volvía a reconstruirse la línea directa que unía al Pueblo con Perón.

Una relación de amor correspondido en donde Perón había bregado para que su pueblo tuviera salud, trabajo y educación durante su gobierno y luego ese mismo pueblo durante 18 largos años de ausencia física del Líder sabía que igual, aunque viviera en el exilio, El Viejo “estaba”.

En cada peronista que se jugaba, que aguantaba, que peleaba, que resistía o que moría por la Causa, Perón “estaba”. En cada mujer del pueblo que gritaba la injusticia, en cada chico –como nosotros- que aprendía a nombrarlo, estaba Perón y el Peronismo.

Y con esos sentimientos nos motorizamos, nos pusimos las pilas –como dicen hoy los jovenes- y así dimos un poco más en cada acción que ejecutamos.

Organizados marchamos sobre Ezeiza. Como era de esperar, nos corrieron, nos gasearon, nos apalearon, nos tiraron los caballos encima, pero seguimos igual.

Recuerdo que antes de partir un abogado conservador del barrio nos dijo con lógica cartesiana: ¿para qué van? ¿si no los van a dejar llegar?.

Ya lo sabemos, le dijeron los muchachos. Pero vamos a ir hasta donde podamos y un poquito más también, porque el avión de Perón va a pasar por allí y queremos que Perón nos vea. Que sepa que intentamos llegar.... (y una vez más la palabra) Que pase lo que pase, nosotros “estamos”.

Ocurre que el pueblo tuvo conciencia de su dignidad y encontró su sentido revolucionario, cuando encontró a Perón. Cuando Perón les mostró la lucha; pero también les mostró la esperanza. Y la primera vez que dijo “Compañeros” selló entre ambas partes, una relación eterna e imperecedera.

Claro, ¿como explicar ésto al resto? A los iluminados. A los que pontifican. A los que dirigen desde arriba. A los que determinan y juzgan que es cultura y que no lo es..... A todos esos que miran al pueblo de reojo y con un desprecio apenas disimulado.....

Juan Domingo Perón en septiembre de 1953, al inaugurar una exposición de arte afirmaba: “Mi función es hacer la mayor cantidad posible de hombres y mujeres felices en nuestro país y de nuestro pueblo, porque la felicidad del hombre siempre debe estar en primer plano. La única cultura es la cultura popular que es autóctona y eso no hay que olvidarlo. Nosotros debemos luchar por nuestra cultura”.

Resumiendo y como cierre, puedo decir, que a la cultura, desde el campo nacional y popular, debe entendérsela como una actividad totalizadora, abarcativa y permanente de los pueblos, que está siempre en lucha contra todos aquellos proyectos que tienen por fin asimilarla y destruirla.


(*) Escritor / historiador.